Según el relativismo “No hay una verdad absoluta, y ésta depende de cada individuo en un espacio o tiempo concreto, o intereses“. Hoy sabemos que magnificar este concepto es peligroso e inconveniente. Pero no olvidemos que es parte del mundo que nos rodea. Hoy se cumplen tres años de la Tragedia de Once y hace cuatro días un grupo de fiscales organizó una marcha (#18F) para pedir justicia por la muerte de Alberto Nisman. Hoy es un día en que los reclamos por la verdad y la justicia inundan la pantalla de la televisión, y las tapas de los diarios. Así que es el momento justo a preguntarnos qué es la verdad y la justicia. O al menos esa verdad y justicia de la que hablan en los medios. Porque me atrevo a postular que el 99.9% de la población quiere verdad y justicia, pero no todos coinciden con respecto a cual es la verdad.
La única verdad
Lo primero que debo preguntarle a los familiares de víctimas de Once, o a la familia de Nisman, o a los fiscales que organizaron el #18F, es cómo van a reconocer la verdad cuando la vean. Cuando el juicio oral por la tragedia ferroviaria llegue a su fin tendremos una sentencia. Me imagino algunas alternativas posibles respecto a cual sería esa sentencia. Y especulo que la respuesta de la opinión pública no sería la misma en todos los casos. Visualizo un escenario donde aplauden a los jueces, y otro en el que el público se alborota y se tienen que retirar. Pero la verdad es una sola. Lo que sea que haya ocurrido con ese tren, es una sola cosa. Sabemos que hay una causa del accidente, un factor dominante, y que una vez determinado ese factor se distribuyen las culpas y responsabilidades. La justicia, como sistema, utiliza la ciencia para determinar las causas de un accidente. Entonces por qué me imagino distintas reacciones del público con respecto al fallo.
Ataco el problema por el otro extremo. Imagino un accidente de tránsito donde un conductor circulaba correctamente y un peatón cruzó la calle a mitad de cuadra, fue atropellado, y murió. Su familia no estaba ahí, no sabe lo que ocurrió. Tras el juicio, el conductor es condenado, y la familia de la victima está en paz. Pero yo sé que no fue justicia. Y si imagino un desenlace donde el juicio libra de culpa y cargo al conductor, pero la familia de la víctima reclama que dejaron libre a un asesino. Sé que fue justicia, aunque esta familia no lo sienta así. El problema es que el dolor no permite el acceso a la lógica.
Cuando veía la marcha organizada por los fiscales, y publicitada por ciertos medios, me llamaba la atención la ambigüedad del reclamo. Y no podía evitar preguntarme, cuando gritaban “¡Justicia, justicia!“, si serían capaces de reconocer la justicia al verla. O mejor aún, partiendo de la premisa de que justicia es condenar en función de la verdad. Me preguntaba si esa gente sería capaz de reconocer la verdad al verla. Incluso si había en ese grupo de gente un consenso respecto a cuál es la verdad.
El aglutinante
Con respecto a mi último interrogante concluí que la mayoría de esa gente estaba de acuerdo en cual era la verdad. Y que si le preguntásemos la enorme mayoría respondería que “A Nisman lo mató alguien, por encargo de Cristina“. Mi prejuicio, dado que no hice una encuesta, viene de leer las tapas de Clarín. Y de que es ese diario el factor aglutinante de esa masa heterogénea de manifestantes que vimos el 18 de febrero. Una recorrida por los titulares de la prensa opositora argentina de las semanas previas nos muestra claramente que estos medios repitieron constantemente el prejuicio de que al fiscal lo mataron, y que el único culpable es el gobierno. De la misma forma que lo hicieron los principales políticos que participaron de la marcha. No voy a entrar en detalle sobre estos titulares y los dichos de los políticos. Se pueden encontrar recopilaciones muy gráficas en Internet. Lo tomo como un hecho comprobado. Prefiero concentrarme en el prejuicio.
El prejuicio
El día en que se estrelló el tren en la estación de Once, a un par de horas del accidente, lo medios del Grupo Clarín titulaban que se trataba de un fallo de frenos. La televisión recogía testimonios confusos, de supuestos testigos. Pero los medios opositores comenzaban a darle preponderancia a aquellos que aseguraban que habían fallado los frenos. Tras la tragedia el gobierno instaló cámaras de seguridad en las formaciones. La primera respuesta sindical a esto fue un paro. Luego hubo un accidente menor, en el que el maquinista destruyó la memoria donde se guardan las imágenes de la cabina de conducción. Más tarde el ministerio de transporte expuso un video donde se puede ver claramente cómo un grupo de operarios en las vías, provocan, y luego intentan ocultar las evidencias de un descarrilamiento. Y en la causa por la tragedia, las múltiples pericias realizadas a los frenos por peritos oficiales, y otros, terminan concluyendo que los frenos funcionaban. Sin embargo, el prejuicio sigue siendo que el accidente fue culpa del gobierno, porque el tren no frenaba. Me llama la atención que con tantos indicios contrarios, el prejuicio de la opinión pública sea ese. No hablo de la verdad ahora, la verdad es otra cosa. Pero el prejuicio se basa en datos a los que la gente tiene acceso. Con los datos que se conocen hoy, lo esperable es que exista el prejuicio de que fue culpa del maquinista. Aún siendo posible que la verdad sea distinta. El análisis de lo que debería ser el prejuicio del público no coincide con el prejuicio. Sospecho que la prensa pueda estar involucrada en esta incongruencia.
Aplaudir o insultar a los jueces
El éxito de un fallo judicial —si estipulamos que el éxito se mida en función del recibimiento del fallo por la opinión pública— está siendo manipulado por la prensa. Claro que el éxito de un fallo no es ese. Pero nadie puede acusarme de estar mintiendo si digo que describo algo que ocurre en la práctica. Y deberíamos preocuparnos, porque esto significa que la prensa, a través de la instalación de un prejuicio, está presionando a la justicia para que falle de una determinada manera. Esto es obsceno y sumamente peligroso para la población. Y aún más lo es, creer que la prensa es un aliado del pueblo, y que el Estado es el enemigo. Cuando ambos son actores que deben ser controlados en igual medida.
Les propongo un ejercicio de abstracción: imaginen por un momento que la verdad es que el tren frenaba y que el accidente se debió a que el conductor se quedó dormido por unos segundos. Que la justicia determina que los peritajes soportan este hecho, y falla en consecuencia. Que al otro día el titular de tapa de Clarín es “Dudas sobre el fallo por la tragedia de Once“. Y que se organiza una marcha contra los jueces y el gobierno. En este contexto pregúntense qué es la verdad, qué es la justicia, y quién las manipula.
El verdadero consenso
La justicia lleva miles de años de perfeccionamiento, al menos en el plano teórico. De ahí han salido algunos conceptos básicos como la presunción de inocencia, el derecho a la defensa, y el debido proceso judicial. Son intentos de asegurar que cuando se determina una culpa, no se cometa un error. En el sistema judicial argentino existe un proceso penal que, resumido y simplificado, sigue estos pasos en cuanto a la imputación: un fiscal hace un requerimiento, si señala nombres se los puede considerar imputados, luego el juez decide si hace lugar al requerimiento, o desestima la denuncia, o bien provee las medidas solicitadas por el fiscal y luego decide; luego viene el estar procesado, que es cuando, sin destruir la presunción de inocencia, se acusa a alguien en base a pruebas recolectadas durante la instrucción (investigación); es un juicio de probabilidad; finalmente puede considerarse culpable a alguien una vez condenado y con sentencia firme —es decir que fue revisada ya por las instancias superiores.[1] Hoy asistimos a un espectáculo donde parte de la prensa sentencia en sus tapas de diarios y zócalos de televisión a una persona a partir de un intento de imputación. Que es sólo el primero de varios pasos necesarios antes de determinar una culpabilidad. No podemos ignorar esto porque se trata de una práctica de una peligrosidad inmensa. Y le hace un daño irreparable a la seguridad institucional que algunos dicen defender.
1. Consultado a Graciana Peñafort en Twitter.